El presente texto busca mostrar que el silencio tuvo y tiene un papel central en el fenómeno de la tortura en Chile. Callan las autoridades dictatoriales sobre su ocurrencia, callan los perpetradores directos y callan todos los que están en el “pacto de silencio”, así como también los que se benefician de ella. Calla el torturador cuando está interrogando con el objeto de extremar el terror, pero calla también la víctima que no delata. Calla el sobreviviente que no consigue articular un relato sobre lo vivido, calla todo el mundo aterrorizado ante la amenaza de ser torturado. Callan, finalmente las autoridades transicionales que buscan poner un punto final a la investigación sobre un pasado doloroso.